El acoso escolar, también conocido como bullying, se está convirtiendo poco a poco en uno de los mayores problemas en el ámbito educativo. Generalmente comienza entre los 11 y 17 años de edad, junto con los cambios de personalidad propios que se dan en la transición de la niñez a la pubertad y la adolescencia.
Actualmente, se calcula que alrededor de un 15% de los jóvenes que oscilan entre esa edad han sido víctimas o agresores de sucesos de acoso escolar, que pueden derivar en graves consecuencias en la personalidad del alumno.
Según Dan Olweus, uno de los mayores investigadores de esta problemática, el acoso escolar se da cuando "un estudiante está expuesto, de forma reiterada y a lo largo de un tiempo, a acciones negativas llevadas a cabo por otro u otros estudiantes". Esto se da particularmente en la pubertad y temprana adolescencia, cuando los alumnos están en una edad de pleno crecimiento y formación de su identidad. Durante este cambio repentino en la vida de las personas, el acoso sufrido puede acarrear consecuencias nefastas para el individuo.
Generalmente, los agresores son personas con una fuerte falta de empatía, sin capacidad para ponerse en el lugar de sus víctimas. Incluso tienen la convicción de que lo que hacen está bien y que es justo que la víctima sea acosada.
Son los clásicos matones de la clase que, aunque no tienen la aprobación de todos sus compañeros, terminan imponiendo su criterio. Muchas veces estos chicos tienen una relación bastante traumática con sus padres o han vivido situaciones familiares similares a las que luego ejercerán sobre sus compañeros.
La víctima, en cambio, suele ser mucho más difícil de precisar, aunque suelen ser niños tímidos, con poca capacidad comunicativa, que han sido sobreprotegidos y aun no saben desenvolverse socialmente con facilidad. Esta situación los pone en un marco de vulnerabilidad perfecto para sus agresores.
Es importante destacar la participación que tienen tanto los adultos como los compañeros pasivos de la agresión, con su indiferencia hacia lo que está ocurriendo. Muchos niños eligen callar o ignorar los ataques que sufren sus otros compañeros por diversas razones, permitiendo que esto continúe sucediendo.
Los padres de los jóvenes, al considerar que lo que viven sus hijos es algo normal pueden terminar siendo tan culpables como los propios agresores, dejando que sus hijos sean víctimas o agresores sin tratarlo con la importancia que esto merece.
Fuentes médicas afirman que el acoso escolar, cuando es persistente y prolongado, puede causar problemas a corto plazo como pánico, tristeza profunda, inseguridad y una fuerte disminución de la autoestima. Pero también puede llegar a tener repercusión en la etapa adulta, afectando a las relaciones sociales de las personas y la confianza en sí mismos.
Diferentes tipos de bullying
Los diferentes tipos de agresiones que sufren los alumnos pueden dividirse en cuatro tipos principales:
Una de las más comunes son las intimidaciones verbales, que provienen de insultos, apodos o rumores difundidos entre los compañeros. También son típicas las intimidaciones de tipo psicológico, que constan de amenazas para lograr amedrentar a la víctima, para conseguir algo o para forzarla a hacer algo que no quiere.
Son comunes dentro del acoso escolar las agresiones físicas, ya sean directas (golpes o palizas) o indirectas (robos, rotura de materiales personales). Por último, quizás una de las maneras más graves de ejercer el bullying es mediante el aislamiento social, que consiste en apartar a la victima de las actividades que realizan sus compañeros, dejándolo de lado e ignorando su presencia.
Las agresiones racistas, el acoso sexual y la intimidación anónima mediante correos electrónicos o SMS son también varias de las modalidades más recientes que muchos alumnos utilizan para intimidar a sus compañeros.
Cifras alarmantes y graves consecuencias
Para tomar conciencia de la verdadera dimensión del problema, solo hay que fijarse en las estadísticas, según un sondeo nacional elaborado por el Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, quince de cada cien alumnos de ESO sufren violencia en el sistema escolar.
Trasladando las estadísticas a la incidencia en las diversas actitudes que tendrían los jóvenes que padecen este problema, se estima que el reiterado sufrimiento de agresiones se relaciona con un mayor riesgo de sufrir trastornos psicológicos. Las consecuencias más directas del bullying se clasifican en tres tipos:
Escolares: Miedo y rechazo a ir a la escuela, produciéndose una disminución del rendimiento y una mayor probabilidad de fracaso escolar.
Personales: Puede llegar a afectar a su autoestima, a su conducta y a su apariencia física. Enfrentarse al bullying supone enfrentarse a una situación de estrés. Algunas víctimas generan síntomas psicosomáticos, ansiedad y depresión. En algunos casos también puede desencadenar reacciones agresivas y en casos extremos, ideas o intentos de suicidio.
Sociales: Pérdida de confianza en uno mismo y aislamiento. Pudiendo producir en un futuro dificultades para establecer relaciones sociales.
Según declaró el investigador Jorge Srabstein, director de la Clínica de Problemas Médicos Asociados con la Intimidación Escolar del Centro Médico Nacional Infantil de Washington, al diario argentino La Nación, "el acoso escolar entre alumnos es una epidemia silenciosa. En casos extremos, puede derivar incluso en la muerte tanto del chico hostigado como del hostigador", marcando claramente la gravedad de un problema para el cual no se avizoran soluciones claras y que puede provocar cuestiones como el ausentismo prolongado, las bajas notas o directamente el abandono de la escuela.
Como ya se ha visto, el bullying puede tener consecuencias nefastas, basta recordar el renombrado caso de la masacre de Columbine, donde Eric Harris y Dylan Klebold, dos adolescentes violentos despreciados por sus compañeros, asesinaron a 12 estudiantes, un profesor e hirieron a 24 personas más.
Por Carlos Cabezas López
Más información sobre esta práctica en el diario digital de sucesos Caso Abierto.
Fuente del artículo http://www.articulo.org/385/kaesar30
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